¿Quien me lo iba a decir a mi, para quien la única infusión que he conocido ha sido el café, casi por vía endovenosa, y al resto de compañeros de Organización Peones Negros Barcelona que las concentraciones cada 11 de mes, nos convertirían en tila-adictos?.
Había empezado siempre la referencia a las concentraciones anteriores, haciendo a alusión a los nervios propios que afloraban hora y media antes de su inicio por aquello del sentido de la responsabilidad frente a las personas convocadas y al deseo de que no se sintieran defraudadas por haber acudido.
Este mes, sin embargo, los nervios empezaron a aflorar casi doce horas antes cuando determinada emisora de radio difundía que, coincidiendo en lugar y hora, la colonia chilena de Cataluña pensaba realizar su particular celebración por la muerte de Pinochet y se acrecentaban a mediodía cuando Televisión Española, en su desconexión para el informativo regional, lo publicitaba a bombo y platillo.
Había un hecho muy claro que diferenciaba una y otra concentración en el aspecto de forma: Peones Negros, como siempre, disponíamos de nuestro permiso tramitado en tiempo y la colonia chilena, aunque solo fuera por razón de los plazos reglamentarios, no podía tenerlo con independencia de si se hubiese o no tomado la molestia de solicitarlo. Y otro mas claro que lo diferenciaba en el fondo y es que, Peones Negros, tiene unos principios bastante mas elevados que no les llevan a celebrar la muerte de nadie.
Este argumento, el formal, se adujo desde primer momento al Cabo de Guardia del Palacio de la Generalidad y, ¡¡la primera en la frente!!, no tenía constancia, desde Consejería de Interior de nuestro evento, a diferencia de los meses anteriores. ¿Sería por cuestión del cambio de poderes entre Montse Tura y Joan Saura que, a este último, preocupado por el avituallamiento de los okupas de Can Ricart se le habría pasado?. Aún y con ello, nos conocía, nos recordaba y era muy consciente de nuestra actuación siempre correcta por lo nada objetó a que fuéramos instalándonos en el espacio oportuno y preparando material, si bien dejando claro que, posibles incompatibilidades de decibelios entre nuestros parlamentos y la pachanga de los chilenos seria competencia, y digo literal: "...de los del mono", refiriéndose a la uniformidad de los ocupantes de varias furgonetas de mossos que iban llegando a la plaza y, en concreto, del jefe del "operativo especial".
Por un momento y sin exceso de vanidad, uno piensa para sus adentros, ¡¡coño, que importantes somos, hasta un “operativo especial” para nosotros!!, máxime cuando la Plaza estaba bastante tomada por unidades de televisión y radio. Pero no, bastan unos segundos para caer del guindo e ir comprobando como en la medida que se acerca nuestra hora de inicio, los anti-pinochetistas, convenientemente iluminados y sonorizados, van subiendo el tono de sus músicas y de sus “mensajes”.
Consideramos llegado el momento de ir a hablar con el jefe del “operativo especial” y allá que nos vamos pertrechados con el permiso y, por tanto, con la carga de la razón. Nos atiende acompañado de su inspectora ayudante y, de antemano, dejamos muy claro que no excluimos del lugar a nadie y que, tan solo, pedimos respeto y silencio en lo que ha de ser el desarrollo de nuestro acto pues nos consideramos legitimados para ello.
La respuesta es ambigua; acepta nuestra legitimidad pero también la de la pachanga en la que ya se había producido el mestizaje chileno-catalanista y que, pese a no disponer de permiso, se trata, para ellos, de un día excepcional por un hecho puntual. Nos pide un poco de flexibilidad y que demoremos unos minutos nuestros discursos sin obstáculo para, en la misma medida, demorar la clausura. Entretanto, se compromete a hablar con los pachangueros y volver para decirnos algo.
A partir de ahí, ya con sus manifestaciones y con el compromiso que no cumple, se me transforma de jefe del “operativo especial” en jefecillo del aperitivo bodeguero.
Un jefecillo que, con total dejación de funciones, desaparece del lugar de conflicto y nos limita la celebración de nuestro acto a unas condiciones de precariedad de sonido en claro agravio comparativo con las del que se está realizando de manera ilícita. Es cierto que no disponemos de una potencia de luz y sonido como los Rollings en sus espectáculos, pero nos defendemos si no hay intromisiones.
Un jefecillo que deja como “paragolpes” a su inspectora ayudante perfectamente aleccionada con sus mismas palabras respecto a que se trata de un día excepcional por un hecho puntual y que no pueden desalojar a nadie. El incumplimiento del reglamento de permisos podrá ser, en su caso, objeto de una sanción administrativa, bla bla bla…
Un jefecillo que, cuando ya hemos terminado y estamos recogiendo, se hace ligeramente visible; lo justo para que tenga la oportunidad de ir a testimoniarle el “agradecimiento” por su burlesca tomadura de pelo y que no tiene mas argumentos que los del inicio cacatueados por su ayudante.
Un jefecillo que no tiene ni la gallardía de identificarse con nombre y cargo. Aquí he de reconocer mi error por no pedirle el número de su placa.
Un jefecillo que el único valor que atribuye a tramitar legalmente nuestro permiso es la posibilidad de disponer de un espacio físico; o sea lo mismo que quien no lo pidió con el factor añadido de saber quien les habría facilitado la iluminación y sonorización.
Un jefecillo al que, casi casi, debimos darle las gracias por no habernos desalojado.
En definitiva, un jefecillo con ganas de medrar en la nueva composición del tripartito catalán.
Lo dicho, acabaré renunciando al café e inyectándome tila.
Jorge Martí
http://jorgemarti.blogspot.com/
Había empezado siempre la referencia a las concentraciones anteriores, haciendo a alusión a los nervios propios que afloraban hora y media antes de su inicio por aquello del sentido de la responsabilidad frente a las personas convocadas y al deseo de que no se sintieran defraudadas por haber acudido.
Este mes, sin embargo, los nervios empezaron a aflorar casi doce horas antes cuando determinada emisora de radio difundía que, coincidiendo en lugar y hora, la colonia chilena de Cataluña pensaba realizar su particular celebración por la muerte de Pinochet y se acrecentaban a mediodía cuando Televisión Española, en su desconexión para el informativo regional, lo publicitaba a bombo y platillo.
Había un hecho muy claro que diferenciaba una y otra concentración en el aspecto de forma: Peones Negros, como siempre, disponíamos de nuestro permiso tramitado en tiempo y la colonia chilena, aunque solo fuera por razón de los plazos reglamentarios, no podía tenerlo con independencia de si se hubiese o no tomado la molestia de solicitarlo. Y otro mas claro que lo diferenciaba en el fondo y es que, Peones Negros, tiene unos principios bastante mas elevados que no les llevan a celebrar la muerte de nadie.
Este argumento, el formal, se adujo desde primer momento al Cabo de Guardia del Palacio de la Generalidad y, ¡¡la primera en la frente!!, no tenía constancia, desde Consejería de Interior de nuestro evento, a diferencia de los meses anteriores. ¿Sería por cuestión del cambio de poderes entre Montse Tura y Joan Saura que, a este último, preocupado por el avituallamiento de los okupas de Can Ricart se le habría pasado?. Aún y con ello, nos conocía, nos recordaba y era muy consciente de nuestra actuación siempre correcta por lo nada objetó a que fuéramos instalándonos en el espacio oportuno y preparando material, si bien dejando claro que, posibles incompatibilidades de decibelios entre nuestros parlamentos y la pachanga de los chilenos seria competencia, y digo literal: "...de los del mono", refiriéndose a la uniformidad de los ocupantes de varias furgonetas de mossos que iban llegando a la plaza y, en concreto, del jefe del "operativo especial".
Por un momento y sin exceso de vanidad, uno piensa para sus adentros, ¡¡coño, que importantes somos, hasta un “operativo especial” para nosotros!!, máxime cuando la Plaza estaba bastante tomada por unidades de televisión y radio. Pero no, bastan unos segundos para caer del guindo e ir comprobando como en la medida que se acerca nuestra hora de inicio, los anti-pinochetistas, convenientemente iluminados y sonorizados, van subiendo el tono de sus músicas y de sus “mensajes”.
Consideramos llegado el momento de ir a hablar con el jefe del “operativo especial” y allá que nos vamos pertrechados con el permiso y, por tanto, con la carga de la razón. Nos atiende acompañado de su inspectora ayudante y, de antemano, dejamos muy claro que no excluimos del lugar a nadie y que, tan solo, pedimos respeto y silencio en lo que ha de ser el desarrollo de nuestro acto pues nos consideramos legitimados para ello.
La respuesta es ambigua; acepta nuestra legitimidad pero también la de la pachanga en la que ya se había producido el mestizaje chileno-catalanista y que, pese a no disponer de permiso, se trata, para ellos, de un día excepcional por un hecho puntual. Nos pide un poco de flexibilidad y que demoremos unos minutos nuestros discursos sin obstáculo para, en la misma medida, demorar la clausura. Entretanto, se compromete a hablar con los pachangueros y volver para decirnos algo.
A partir de ahí, ya con sus manifestaciones y con el compromiso que no cumple, se me transforma de jefe del “operativo especial” en jefecillo del aperitivo bodeguero.
Un jefecillo que, con total dejación de funciones, desaparece del lugar de conflicto y nos limita la celebración de nuestro acto a unas condiciones de precariedad de sonido en claro agravio comparativo con las del que se está realizando de manera ilícita. Es cierto que no disponemos de una potencia de luz y sonido como los Rollings en sus espectáculos, pero nos defendemos si no hay intromisiones.
Un jefecillo que deja como “paragolpes” a su inspectora ayudante perfectamente aleccionada con sus mismas palabras respecto a que se trata de un día excepcional por un hecho puntual y que no pueden desalojar a nadie. El incumplimiento del reglamento de permisos podrá ser, en su caso, objeto de una sanción administrativa, bla bla bla…
Un jefecillo que, cuando ya hemos terminado y estamos recogiendo, se hace ligeramente visible; lo justo para que tenga la oportunidad de ir a testimoniarle el “agradecimiento” por su burlesca tomadura de pelo y que no tiene mas argumentos que los del inicio cacatueados por su ayudante.
Un jefecillo que no tiene ni la gallardía de identificarse con nombre y cargo. Aquí he de reconocer mi error por no pedirle el número de su placa.
Un jefecillo que el único valor que atribuye a tramitar legalmente nuestro permiso es la posibilidad de disponer de un espacio físico; o sea lo mismo que quien no lo pidió con el factor añadido de saber quien les habría facilitado la iluminación y sonorización.
Un jefecillo al que, casi casi, debimos darle las gracias por no habernos desalojado.
En definitiva, un jefecillo con ganas de medrar en la nueva composición del tripartito catalán.
Lo dicho, acabaré renunciando al café e inyectándome tila.
Jorge Martí
http://jorgemarti.blogspot.com/
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